martes, 1 de septiembre de 2015

UNA MORUCHA ENTRE DOS ESCOBAS

Cuando empieza a soplar en marzo ese viento que lo mueve todo, que da lugar al refrán "marzo vientoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso", al sur del Reino, en la comarca del Campo Charro, una mañana de niebla toma la vida una "moruchita". Su madre ha pasado toda la noche buscando el aposento donde llevarla a la vida, se decidió al fin por el lugar más fosco y sinuoso entre ramos y monte bajo al abrigo de dos encinas centenarias. Los primeros minutos de vida de esta becerrita, son duros, frío de una mañana de marzo que todavía no olvida el invierno junto con su instinto de ponerse de pie, pero tras dos intentos en vano consigue ponerse sobre sus cuatro extremidades  y su boca se dirige a mamar los primeros calostros de su vida. El vaquero no tarda en verla, quizás sea su instinto, quizás su experiencia haga que en un tiempo reducido encuentre a la recien nacida y su madre protectora, "la Sandonguera" marcada a fuego con el número 24 en su costillar. El recibimiento no fue de lo más cordial, "Sandonguera", primero intenta despistar a Tomás, realizando movimientos en zig zag, corriendo hacia lugar distinto a donde se encuentra su retoño, pero Tomás imita el mugido de de una moruchita de pocos días y "Sandonguera" acude junto a su hija para darle protección. La vaca está muy nerviosa, da vueltas alrededor de su cría, Tomás no desiste en su voluntad de conocer el sexo del nuevo miembro de la ganadería, pero resulta complicado zafarse de los movimientos y envestidas de "Sandonguera". En un instante en el que la vaca se despista al oír un ruido extraño, Tomás levanta el rabo de la cría y consigue ver que se trata de una hembra. La sonrisa del vaquero se hace grande, una de las mejores vacas de la ganadería, procede de la ralea de mayores resultados, ha traido una hembra, por tanto será una nueva madre. Tomás sube de nuevo a su caballo que dejó atado a un carrasco, apunta en su libreta de media cuartilla: "...Sandonguera, 5 de marzo de 2005 hembra..."., y cabalga al paso dirección a la casa, saca un ducados lo lleva a su boca y lo enciende con un fosforo, toma una larga calada mientras piensa que quizás mereció la pena dejar su trabajo como albañil en la capital, por sentir el milagro de la vida en la soledad del campo.

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