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jueves, 8 de octubre de 2015

Una tarde de motila

Serían las cuatro y media de la tarde cuando aquel hombre con edad próxima a la cuarentena empezó a esquilar la oveja que le correspondía. Allí estaba yo a mis poco más de diez años observando la escena del esquileo, cinco hombres fornidos cortando el "pelo" a las ovejas, algunos con un "celta" en la boca otros con un "ducados", y de vez en cuando acudiendo al rincón en busca de un trago de vino de la jarra común para "mitigar" la sed.
Juanma, era el nombre del esquilador, tenía sobrepeso y un bigote que le escondía su boca pequeña, un primer tijeretazo y una herida para el animal en el cuello. Poco a poco fue motilando a la oveja, sus rodillas se hincaban una en el suelo y otra en la barriga de la borrega, le costaba respirar, no conseguía aguantar el peso de Juanma. Juanma movió a la oveja bruscamente para cortarle la lana del lado contrario, sus cuidados eran mínimos, el cuello de la oveja quedó doblado en el suelo, y sobre el parte del peso del esquilador. Cuando Rafa acabó y le desató las patas atadas, esta no se movía, pude observarlo desde la piedra de la tronera en la que estaba sentado, estará dormida pensé para mis adentros. Juanma le pegó en la cabeza a la oveja con las tijeras para que espabilara, pero esta seguía sin moverse, le gritó "vamos puta oveja". Mi corazón se encogía por momentos, me inquietaba la situación, la oveja estaba muerta a causa de las malas prácticas de Juanma, quería pegarle en el más hondo de mi ser, vengar al animal indefenso.
El esquilador arrastró el animal hasta la mitad del corral, sobre el mismo puso una cruz hecha con dos palos, y solicitó la presencia del cura. Mi odio hacia él era mayor todavía se burlaba del hecho acontencido a pesar de su manifiesta culpa, en mi cabeza resonaba una y otra vez si sería realidad o ficción. La oveja quizás sería la primera vez que la había visto, quizás sería una más entre un montón, pero para mí era a la única que había visto morir.
El cadáver fue llevado por el pastor a una pedrera para ser enterrado entre piedras, fue el triste final de una oveja sin culpa.
Al acabar la jornada de esquileo, pastores, esquiladores y el "amo" procedieron a contar las ovejas motiladas aquella tarde, ciento veinte gritó el joven esquilador, venga hecho dijeron los demás. Juanma no conforme con lo ocurrido al comienzo de la tarde, dijo: "y la muerta que, ¿no cuenta?, son ciento veintiuna". Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, a pesar que por su negligencia dio lugar a la muerte de un animal indefenso, reclamaba el dinero por cortarle la lana. Los pastores asintieron a la reclamación, "venga queda en ciento veintiuna".
Aquella tarde empece a comprender que la vida a veces no es justa con las personas pero tampoco con los animales.