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miércoles, 9 de septiembre de 2015

CAMINO DEL ESPIGADERO

Son las seis de la mañana de aquel día del apóstol, donde las cigüeñas se juntan en el valle para comenzar en breve su marcha. El despertador suena, pero José Manuel hace ya media hora que está completamente despierto, esta noche le ha sido muy difícil conciliar el sueño, hoy y mañana le espera una larga travesía por los encinares y rastrojos, por los prados y montes de Salamanca y Zamora. Son muchos años haciendo lo mismo pero no se acaba de acostumbrar. Se pone en píe rápido, en menos de un cuarto de hora está vestido y aseado. José Manuel y su hijo montan en ese Dyane 6, que compraron de quinta mano a un portugués del norte. José Manuel como buen pastor siempre con la cayada en la mano lo golpea en la chapa y dice en voz alta y socarrona: "pero que duro es, hoy no nos puedes dejar tirado". El camino hacia "Los Labrantíos" (finca donde pastan las ovejas que cuída José Manuel y su hijo en pleno campo charro)  se hace rápido desde el pueblo no más de doce minutos. A la llegada al rebaño le recibe "Trabuco" y "Paloma", perros mastines que cuidan el rebaño con una gran lealtad y entrega, con ladridos en parte defensivos y en parte de cariño. En el mismo momento que el alba despide a la noche, una polvareda se ve en las tierras centeneras, comienza a andar el rebaño de 1.000 ovejas guiado por los perros mastines y los carneros mansos con impresionantes cencerros, acaba la marcha José Manuel apoyado en su cayada de décadas junto a su siempre fiel perra carea "Mora". José Tomás (hijo de José Manuel, tarda en emprender la marcha en su Dyane 6, tiene que dejar recogido todos los utensilios y esos corderos nacidos fuera de tiempo los monta en coche, cuando José Tomás arranca la piara lleva recorridos un par de kilómetros, al pastor no ha necesitado la ayuda de su hijo, a pesar de sus años al borde de los 70, le basta una pequeña voz levantando la cayada o una orden a "Mora", para tener todo controlado. José Manuel piensa las veces que ha emprendido este viaje hacia la Armuña salmantina o la Tierra de Vinos zamorana, quizás ¿55 años?, siempre lo mismo a aprovechar las rastrojeras de la zona de cereal de la provincia hasta "los santos" (1 de noviembre), "la trashumancia" que se ha hecho desde siglos.
La primera parte de la mañana se hace fácil, a buen ritmo por los caminos bien conservados, con fotografías de vecinos de pueblos llenos de "forasteros" que no todos los días ven tal espectáculo, llegan a la hora acordada con la Guardia Civil al cruce de la Nacional, esta corta el tráfico al paso de tan numerosa "procesión", desde un coche parado, al paso del rebaño se escucha la voz de un niño decir: "papa que vida más dura la de estos dos señores, están siempre al sol con calor y polvo", a lo que el padre le responde: "hijo, algún día sabrás que estos señores son "catedráticos" en lo suyo". El cruce de la nacional se hizo rápido, José Manuel desde la orilla de la carretera con un simple silbido ordenó a sus dos perros careas que arrearan, y en cuestión de minutos pasaron todos los animales sanos y salvos, los dos perros acudieron al lado de su amo en busca de esa caricia de recompensa, el pastor acarició a los dos a la vez agachándose, como una padre que está orgulloso de sus hijos. La Guardia Civil se despide con un "hasta la próxima", y "suerte para el camino". 
El descansadero está a escasos quinientos metros allí podrán beber agua y permanecer hasta que pasen las horas centrales del día. Pero esos quinientos metros son difíciles, en el cordel han sembrado maíz, el dueño está presente y no quiere dejarlos pasar. Los pastores invocan a su sabiduría y a las costumbres para poder continuar, el dueño una tanto altivo un tanto sabelotodo, de esos que ven inferiores a esa gran gente de campo, su cara de sorpresa es mayúscula cuando padre e hijo sacan de su viejo coche un mapa con los cordeles de la provincia y la normativa en la que se basan. Al final aquella persona altiva acede a regañadientes a que pasaran, la destroza en el maizal fue mínima, la profesionalidad de José Manuel y Jose Tomás fue bárbara. No se lo podía creer habían llegado al oasis ansiado, el descansadero, agua y sombra para los animales, descanso, comida y siesta para ellos.
Las seis de la tarde no tardaron en llegar, los animales empezaban a estar revueltos, José Manuel con una simple mirada sin decir una sola palabra indicó a su hijo que era hora de continuar la marcha. En esta ocasión el parte de cabeza del “pelotón” se encontraba José Tomás en el coche abriendo paso por la carretera comarcal hasta llegar a la portera de la finca de toros bravos, José Tomás abre las puertas y se sitúa a un lado revisando a los animales. De repente observa que una oveja de mediana edad tiene una gran cojera, con su gancho con un golpe certero la agarra por la pata derecha tira de ella hacia a él, con gran destreza, la tumba en el suelo y le revisa cada una de sus patas. Comprueba que tiene una herida en la pata izquierda, saca de su mochila que en tiempos fue de su hijo para ir a la escuela espray y agua, le lava la herida con agua primero para proceder a rociarla con el espray, a la oveja no le sentó demasiado bien, se revolvió y consiguió zafarse de los brazos de José Tomás, éste exclamo: “¡pero qué cosa más burra!”. El cordel discurre por una de esas fincas de señoritos castellanos, gente venida a menos, finca ahora en manos de los hijos del “amo” que llamaban los “criados” en la posguerra. José Manuel a pesar de su experiencia y su saber no las tenía todas consigo, los cuatreños lo miraban desde la lejanía, el solo quería llegar al final del cercado, a la pared la cual ponía fin al mismo y a sus temores, en un instante vio como los toros venían hacia ellos en tropel, las ovejas empezaron a asustarse, los pastores con sus perros careas intentaron contenerlas con sus voces agudas y los perros careas, “Mora” y “Paco”, cuando por fin la situación parecía contralada los mastines con su instinto protector empezaron a ladrar a los toros, José Manuel en esos momentos le costaba conservar la calma, pero oyó un ruido de tractor a lo lejos y comprendió porque los toros venían hacia ellos, iban en busca de la comida que le traía el vaquero. Los dos pastores respiraron hondo y aliviados, y sin saber cómo estaban en la portera del último cercado de la finca de los miedos y respeto a ese ganado que sirve para torear. José Tomás se dirige a su padre y le dice mirando a los ojos: “dicen que en el campo estos bichos no hacen nada, los quería ver aquí los que dicen eso”.
Poco a poco el paisaje va cambiando van dejando los valles con encinas y robles para empezar a atravesar tierra de labor de cebadas, trigos y avenas.
La puesta del sol empieza, empiezan a cavilar los dos hombres donde pasar la noche, “en una hora estamos en Pozos” dijo José Tomás, allí pasaremos la noche. Pozos es un lugar ideal pueden dejar todo el rebaño junto a dos paredes en forma de triangulo, cerrando el mismo con el coche y unos hilos de alambre traídos en el coche por los posibles “imprevistos”. La llegada a Pozos fue fácil de camino no a así de tiempo, una tormenta sin saber cómo se les vino encima, empezó a llover, los dos hombres se subieron en el vehículo, eran “Mora” y “Paco” los que arreaban por detrás el rebaño, José Manuel le dijo a su hijo: “valen oro”. Tal y como vino la tormenta se fue, arrearon las ovejas hacia las paredes y los dos hombres, junto con sus perros se dispusieron a pasar la noche, al abrigo de un par de mantas y con el cielo plagado de estrellas como techo de habitación. En la cabeza de José Manuel, le daba vueltas a cómo será la etapa de mañana, la segunda y última, mientras que José Tomás miraba las estrellas sin pensar en nada, hasta que derrepente vio una fugaz, y pidió un deseo sin que le oyera nadie: “ser feliz en la vida simplemente”.
Los dos pastores durmieron plácidamente, sería “Mora” junto con la pequeña claridad que empieza con el alba quien despertara a José Manuel, y éste con un pequeño puntapié a José Tomás, “Vamos”, grito el viejo pastor. Los dos hombres se pusieron en marcha con la alegría que en breve llegarían a su destino. No desayunaron nada, ya tomarían algo cuando pararan a media mañana para que las ovejas sestearan. El comienzo de la marcha comenzó con un simple silbido y grito de José Manuel, los dos perros careas se pusieron en acción, y todas las ovejas comenzaron a caminar en la dirección correcta. José Tomás se quedó recogiendo todo, y cuando la “procesión” llevaba recorrido dos kilómetros y medio, partió él a bordo de sus Dyane 6.
El sol comenzaba a salir, el paisaje había cambiado por completo, no había cercas, todo era llanura de cereal recién cosechado, tierras para girasol y barchechos salpicado de escasas encinas. Las ovejas sin saber cómo echaron a correr, los dos hombres se quedaron atónitos, los perros siempre fieles a sus amos estaban detrás de ellos con el ansia viva de que una orden le dieran para reconducir al ganado, pero en un segundo los pastores se cruzaron las miradas y sonrieron dijeron: “que listos los animales, como huelen el agua”. En un minuto estaban todas las ovejas bebiendo o intentando beber agua de un pequeño río con escasa agua. José Manuel sacó de su bolso su reloj lo miró de reojo, y dijo dentro de media hora hay que parar, a descansar, lo haremos al lado de la nacional, en el corral de la finca del marqués. El camino hasta la finca “La Rama”, fue bueno pero los pastores tuvieron que tirar de orientación e intuición, puesto que no había rastro del camino, los agricultores lo habían incluido en su parcela de trigo o cebada.
El mayoral de “La Rama” divisó a lo lejos al rebaño, y procedió a preparar su llegada abriendo las grandes puertas de aquel corral de bueyes, y mando a su mujer que preparara un buen almuerzo para José Manuel y José Tomás.
El mayoral, Juan, le había tocado hacer largas travesías llevando las vacas hacia Extremadura, y valoraba muchísimo a aquella gente que sin esperar contraprestación alguna los recogían en su casa, y le daban calor y comida y le espantaban la soledad.
Las ovejas comenzaron a entrar poco a poco en el corral, acompasadas con los silbidos, gritos y ladridos, cuando entró la última, dijeron todos en voz alta “se acabó”, se dieron unos fuertes abrazos los dos pastores y el mayoral, y éste los invitó a pasar a su casa. Comieron, rieron y contaron historias del camino y de la vida, pero el tiempo se pasa y pronto el Padre y el hijo volvieron a la “faena”, esta vez, el destino estaba muy cerca, aunque tenían un imprevisto grande cruzar la nacional, una de las carreteras que cruzan España con más tráfico. La hora pactada con la Guardia Civil se aproximada por tanto tenían que partir, Juan se empeño en ayudarlos como mínimo a pasar la temida carretera. Las ovejas comenzaron a salir del corral a la voz de los tres hombres y poco a poco comenzaron a andar, en media hora estaban en la nacional, la Guardia Civil estaba ya esperando, José Manuel levantó la cayada simplemente y con este gesto indicó a la Guardia Civil que parara los coches, él se sitúo a la orilla de la carretera y mandó arrear a “Mora” y “Paco”, en cuestión de pocos minutos las ovejas había cruzado la carretera. Fueron momentos de despedida, fuertes abrazos con el mayoral y un “hasta la próxima” a la pareja de guardia civiles, José Tomás dijo entre dientes, “de éstos no te puedes fiar”.
Pasadas las siete de la tarde llegaron a su destino final, les estaba esperando el representante de los agricultores que habían arrendado el espigadero, con las cañizas para hacer el corral en las tierras. Los saludos protocolarios fueron rápidos, y el agricultor y José Tomás comenzaron a enganchar una cañiza con otra, hasta que por fin estaba montado y las ovejas cansadas entraron en calmadamente.
Era la puesta de sol corría un pequeño viento, los dos pastores se quedaron mirando el uno al otro junto con sus dos perros, sonrieron tímidamente pensando que lo peor había pasado.