miércoles, 21 de junio de 2017

LA BICICLETA Y LA VIDA

Serían las seis y cuarto de la tarde de aquel día de finales de mayo, en donde el calor ya había hecho acto de presencia, un calor que podría ser de finales de junio o comienzos de julio. Me enfundo en mi mallot y culote y monto la bicicleta de las glorias y sufrimientos. Basta un par de pedaladas para comprobar que sol hará mella en la subida de la cuesta rompepiernas. Poco a poco vamos alejándonos de la ciudad, dejándola en la lejanía para comenzar a subir el pequeño puerto. Tardó poco tiempo en hacer acto de presencia el sudor, el plato pequeño y piñón grande era el equipo de trabajo. Entre tragos de agua conseguí superar medio puerto, pero de repente mis pedaladas parecía que no servían para nada, veía a mis compañeros cada vez más lejos, sentía el corazón cada vez más acelerado y las gotas de sudor se me introducían por los párpados haciéndome cada vez más difícil la visión. Cuando estaba a final del puerto, cuando quedaba la última rampa, mis piernas dijeron Basta, y en ese último tramo fui bajado de la misma, con ella de la mano, pero a pesar de ello los latidos no descendían y el calor seguía insoportable. Acabado el puerto tocaba llanear, volví a montar en la "máquina" para alcanzar a mis compañeros de batalla, una vez reunidos, mi cuerpo dijo hasta aquí..."desmonté" y sentado en el suelo me quise caer hacia atrás. Fueron diez minutos duros de recuperación, pero hizo su efecto. El regreso a la batalla fue fácil, después de lo pasado, como camino de rosas sin espinas. La llegada a la meta fue más triunfal que nunca...el esfuerzo supuso la derrota a la pereza. San Agustín decía: " por muy lejos que hayamos llegado el ideal está más allá...". Quizás tenía razón.

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